Guerra tecnológica EE. UU.-China y la supremacía mundial


Desde 1872, Estados Unidos posee una posición relevante en la economía mundial, tras desplazar a Gran Bretaña como primera potencia industrial. Su hegemonía se consolidó  finalizando la segunda guerra mundial, al emerger como primera potencia del mundo. No obstante el rol protagónico e indiscutible de su poderío económico y financiero, los acontecimientos mundiales de las últimas décadas indican cierto debilitamiento de su posición hegemónica.

En efecto, luego del notable incremento en el Índice de poder mundial alcanzado entre 1983-1984, gracias a la política económica instrumentada por el presidente Reagan durante su gobierno, las capacidades estadounidenses se estancaron hasta la década de los 90. Posteriormente, a partir de 2001, el declive se hizo evidente con los atentados terroristas del 11 de septiembre, obligándose a emprender la guerra contra el terrorismo, lo que cambió sus prioridades en materia de política interna y externa. De ahí, la redefinición de su política exterior en busca del reposicionamiento, marcado por un fuerte unilateralismo, muy poca cooperación y la preeminencia en los asuntos internacionales relativos a la fiel defensa del mercado, la preservación de la libertad y el combate frontal al “eje del mal”.

Como consecuencia de tan dura política, los altos costos económicos, políticos y sociales se hicieron insostenibles y minaron el liderazgo de Estados Unidos a comienzos de este siglo, agudizándose por la crisis financiera de 2008 y 2009, con la consecuente pérdida de terreno del dólar frente al euro. A la estabilización de la economía en la era Obama, siguió la política instaurada por Trump anteponiendo las prioridades nacionales a las de ejercer la hegemonía mundial, dando lugar a que otras potencias asumieran el liderazgo en ciertos asuntos de la agenda internacional.

Al mismo tiempo, se han fortalecido algunas monedas asiáticas, el ascenso de China e India como nuevas potencias económicas mundiales y la reciente  recesión económica mundial por la pandemia del Coronavirus. De la cual, China ha salido bien librada y Estados Unidos ha tenido una rápida y notable recuperación de su economía, debido al impulso del consumo y el plan de estímulos de casi dos billones de dólares durante el primer trimestre de 2021.

Sin embargo, el gran reto por la supremacía hegemónica mundial se da en la competencia por el dominio tecnológico del futuro y el control de la alta velocidad 5G, entre Estados Unidos y China. De hecho, el problema radica en que durante más de dos décadas, las cadenas globales de producción están en China por las economías de escala que representan los bajos costos laborales, su oferta de talento y su avanzada industria. Además, la total interdependencia, ya que la inversión empresarial en innovación tecnológica estadounidense depende de las ventas a China, mientras la producción china está sujeta a los proveedores estadounidenses.

Por consiguiente, la discusión política no se centra en si hay que enfrentar a China, sino en cómo hacerlo. Por tanto, contrarrestar la amenaza tecnológica de China implica para Estados Unidos tomar fuertes medidas que van más allá del comercio, por cuanto está en juego su seguridad nacional, que se extiende a la defensa, la economía y la cultura. La amenaza es mayor en la medida que China utilice su tecnología para aumentar la vigilancia y la posibilidad de que la pueda utilizar, como arma en una eventual guerra híbrida.

La amenaza china explica el inusual acuerdo entre republicanos y demócratas, producido el martes pasado en el Senado, al aprobar el proyecto de ley del plan de inversión por 250.000 millones de dólares para impulsar la investigación, innovación y desarrollo tecnológico. La propuesta partió de una iniciativa bipartidista y significa que por encima de las consideraciones partidistas e ideológicas, prevalece el interés del Estado en un esfuerzo mancomunado por asegurar la hegemonía mundial estadounidense. Si bien está pendiente la aprobación de la Cámara de Representantes, se da por sentado que se convertirá en Ley, pasando después a la ratificación del presidente Biden, para quien China es la prioridad número uno.

En síntesis, la denominada “Ley de Innovación y Competencia 2021” de Estados Unidos, es una respuesta a los desafíos de China, con inversiones en chips semiconductores necesarios para dispositivos civiles y militares, inteligencia artificial, robótica, computación cuántica y otras tecnologías de punta. También destina recursos para potenciar alianzas entre empresas privadas y universidades e incluye disposiciones sobre China, como la prohibición de descargar la aplicación TikTok en dispositivos gubernamentales o sanciones por abusos contra los derechos humanos. Del mismo modo, financia medidas para oponerse a la influencia política del Partido Comunista chino y bloquea la compra de drones fabricados y vendidos por sus empresas. Así mismo, la Ley proporciona las herramientas para sancionar cualquier tipo de ciberataques o robo de propiedad intelectual proveniente de las organizaciones chinas.

Aunado a lo anterior, el senador demócrata Schumer, refiriéndose al gobierno chino, afirmó recientemente ante el Senado: “Alrededor del mundo, los regímenes autoritarios huelen la sangre. Creen que democracias como la nuestra no pueden unirse e invertir en las prioridades nacionales como hace un gobierno autoritario, centralizado y jerárquico. Están alentando que fracasemos para tomar el timón”. Así las cosas, con la aprobación final de la Ley, quedará planteada la guerra tecnológica con el gigante asiático que, sin lugar a dudas, aumentará la competitividad de Estados Unidos para enfrentar el progresivo avance del poder industrial y militar chino. En otras palabras, todo apunta a que Estados Unidos encontró cómo hacerlo.

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