Concentración militar rusa en su frontera con Ucrania


El despliegue y la concentración militar adelantada por Rusia a lo largo de la frontera ruso-ucraniana, además de ser muy parecido al realizado en abril de este año, se ha extendido a la frontera norte en Bielorrusia, aliado del Kremlin; al este, en la República de Transnistria, una región rebelde de Moldavia bajo control de facciones prorrusas, no reconocida oficialmente; y hacia el sur, en Crimea. Dicho despliegue se convierte en “la mayor concentración de tropas rusas desde la anexión ilegal de Crimea en 2014”, según Jens Stoltenberg, secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Esta situación, iniciada a principios de este mes, ha puesto en máxima alerta a Estados Unidos, al Reino Unido, la Unión Europea (UE) y a la OTAN, ante la probabilidad de una eventual utilización de la fuerza militar rusa contra Ucrania. 

No es para menos, si se consideran los peligros que entrañan la acumulación de tanques, artillería y tropas rusas, cerca al territorio ucraniano, cuya cifra estimada por el Ministerio de Defensa de Ucrania, asciende a los 114 mil soldados movilizados a la frontera. Por un lado, se advierte una manifiesta provocación por parte del Kremlin, lo que profundiza las tensiones existentes con Kiev. Por otro lado, está la condena a dicho comportamiento de los aliados que respaldan al país eslavo, a través de los pronunciamientos de Francia, Alemania y Reino Unido que critican el despliegue militar ruso, la advertencia de Estados Unidos sobre una posible invasión a Ucrania y el acompañamiento de la OTAN que pide transparencia a Rusia sobre sus intenciones y recalca la importancia de “prevenir una escalada y reducir las tensiones”. 
 
Cabe recordar que la OTAN mantiene su posición de no aceptar la anexión ilegal e ilegítima de la península de Crimea a Rusia, mediante el empleo de tropas rusas y el cuestionado referéndum promovido el 6 de marzo de 2014, mientras que Estados Unidos y sus aliados propugnan por la defensa de la integridad territorial de Ucrania, reconociendo a Crimea como parte de su territorio. De lo anterior se desprende el grave conflicto armado que enfrenta el Ejército ucraniano con los separatistas prorrusos en la región de Donbass (cuenca del Donetsk), al este de Ucrania, desde marzo de 2014 tras la secesión de  Crimea, el cual ha cobrado más de 14 mil muertos. De ahí que los aliados occidentales incriminan a Moscú de apoyar militarmente a los rebeldes, con el objetivo de desestabilizar la región.

Entre tanto, Vladímir Putin hace lo propio criticando de provocación los ejercicios militares que desarrollan las tropas estadounidenses y la OTAN en el Mar Negro, frente a las costas de Crimea; estas maniobras con un “poderoso grupo naval y aviones que portaban armas nucleares estratégicas”, en palabras del presidente ruso, constituyen un “serio desafío”. Sin embargo, es evidente que sus declaraciones buscan tender una cortina de humo a la concentración militar realizada. También, ante la reacción de Estados Unidos, la UE y la misma OTAN que han manifestado su preocupación por la actividad militar rusa, sobre todo, su capacidad para “activar rápidamente las tropas y el equipo ya acumulados”, lo que amenaza la seguridad de Ucrania.

No obstante las recriminaciones mutuas, lo cierto es que a diferencia de los movimientos militares rusos anteriores, esta vez no se han dado bajo la justificación de ejercicios tácticos y estratégicos, simulacros o juegos de guerra. En consecuencia, comienza a tomar forma la hipótesis de una invasión bajo el recurrente artificio de defender a los ciudadanos rusos residentes en las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk. De la misma manera, frente a la crisis energética mundial y, en particular, la europea, puede tratarse de un mecanismo de presión para que Europa excluya al gasoducto North Stream-2 de cumplir sus regulaciones, las cuales implican el cumplimiento de las leyes locales que permitan certificar el discutido gasoducto que transporta el fluido desde Rusia hasta Alemania.

Más allá de las preocupaciones y manteniendo el diálogo con Rusia, Francia y Alemania han dado su firme respaldo a Ucrania, en caso de darse una agresión, haciendo énfasis que "cualquier nueva tentativa de atentar contra la integridad territorial de Ucrania tendría graves consecuencias". Estados Unidos no se ha quedado atrás y continúa enviando ayuda militar a Ucrania, en el marco del programa de ayuda militar estadounidense que incluye decenas de toneladas de municiones, misiles Stinger, helicópteros MI-17, patrulleras clase Island y patrulleros armados Mark VI, para hacer frente a la guerra del Este en la región del Donbass. Al mismo tiempo, el gobierno ucraniano asegura estar preparado para repeler cualquier ataque ruso, aunque sin explicar cómo lo haría, pero manteniendo la búsqueda del apoyo internacional para su defensa. Esto es, por la vía diplomática, militar y las sanciones.

Pese a que tanto para la inteligencia ucraniana como para la estadounidense y la de la OTAN, Rusia se encuentra fraguando un ataque que se llevaría a cabo durante el invierno, finalizando enero o principios de febrero del año 2022, el gobierno ruso no solo rechaza dichos señalamientos, sino que se ampara en la libertad que tiene de mover tropas dentro de su territorio. Una realidad y un derecho inobjetable, si no fuera por el antecedente registrado en 2008 que desembocó en la guerra entre los separatistas prorrusos de Osetia del Sur y Georgia, con la intervención de Rusia que en solo cinco días retomó el control bajo el pretexto de ayudar a sus ciudadanos osetios. El desenlace del conflicto, no solo terminó con la expulsión de los georgianos de Osetia del Sur, sino también con el reconocimiento ruso a la independencia de Osetia del Sur y de la región de Abjasia.

Por otra parte, está la presión ejercida por la crisis humanitaria y migratoria en la frontera de Bielorrusia, vecino de Ucrania, con Polonia y Lituania, agravada por las miles de personas provenientes de Estambul, Bagdad y Dubai que llegan a Bielorrusia e intentan ingresar a Polonia o proseguir hacia Europa. Compleja situación que es considerada por el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, como una estrategia de “ataque híbrido” orquestada por el presidente de Bielorrusia, Lukashenko, con la participación de su aliado Rusia en cabeza de Putin. Del mismo modo piensan funcionarios de la UE, entre ellos la canciller alemana Angela Merkel, quienes sostienen que la finalidad es desestabilizar el bloque europeo. Naturalmente, Putin ha dicho que “Rusia no tiene nada que ver” y, por el contrario, atribuye el fenómeno a causas producidas por Occidente.

Incierto panorama el que se avecina, en medio de las tensiones internacionales, con una Rusia que busca ganar poder  y mantener influencia en la región, bajo la premisa que ante la crisis energética global existente, Putin tiene la sartén por el mango para hacer prevalecer los intereses rusos, al ser el país que más gas proporciona a la Unión Europea. Además, no se debe perder de vista que  su propósito manifiesto no es otro que el de posicionar a Rusia con la otrora fuerza y relevancia de la época imperial. Tampoco se puede desconocer que el Kremlin mantiene intacta la idea fija de una Ucrania unida a Rusia y no concibe que salga de su esfera de influencia hacia una postura pro-occidental, enarbolando la bandera de los valores democráticos.  

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