Venezuela, un espejo obligado para Colombia

 

Frente a la decisiva contienda electoral que se librará en Colombia el 13 de marzo para elegir 295 congresistas y los tres ganadores de las coaliciones internas, la elección presidencial del 29 de mayo y la probable segunda vuelta el próximo 19 de junio, hoy culmina la tarea de mostrar el espejo que representa Venezuela para la democracia colombiana. 

Es así que en complemento final a las cuatro columnas anteriores, sobre el vecino venezolano y su nefasto régimen dictatorial, es necesario puntualizar que la politización de la diplomacia petrolera se convirtió en el bastión con el que Chávez, más de dos décadas atrás, instauró dos elementos característicos en la política exterior venezolana. De un lado, la retórica anti-imperialista y, por el otro, el multilateralismo, como medios de propaganda oficial para señalar exclusivamente el derrotero hacia el desalineamiento de Estados Unidos, propendiendo por un mundo multipolar y anti hegemónico. 

A la par, otros factores como la crisis financiera mundial o el progresivo traslado del eje geopolítico global hacia Asia, contribuyeron a explicar el alejamiento estadounidense, no sólo de Venezuela sino de América Latina. Además, se develó el pragmatismo en las relaciones bilaterales, durante los gobiernos de Chávez y Maduro, porque pese a que Estados Unidos dejó de ser el referente venezolano y se convirtió en su mayor contradictor ideológico en la región, le continuó adquiriendo hidrocarburos y siguió siendo su principal socio comercial no petrolero. 

Al mismo tiempo, se hizo patente la mortificación acompañada del disgusto europeo y estadounidense, tanto por el discurso anticapitalista de Chávez, proseguido con Maduro, como por sus variadas amistades con países y personajes controvertidos. En efecto, la evolución de las relaciones internacionales estuvo marcada por la cercanía de la Venezuela Bolivariana con Gadafi en vida, Al-Assad, los Castro o Erdogán en Libia, Siria, Cuba y Turquía, respectivamente. Lo anterior, se tornó en preocupación debido a que las relaciones con estos países denominados Rogue States (Estados Canallas), trascendieron y se extendieron a las potencias emergentes: China, Rusia e Irán.  

De ahí que Venezuela logró la inserción en la región de dichas potencias extrarregionales, alterando la supremacía geopolítica de Estados Unidos en América Latina: Irán como un jugador desestabilizador; Rusia, proveyendo armas para Venezuela; y China, comercializando con el gobierno venezolano material de guerra y tecnología para defensa antiaérea, a la vez que se diversifica comprando materias primas a varios países de la región. 

Dentro de este contexto, hemos estado asistiendo a la recomposición que se ha venido dando en el sistema internacional, dado que un factor estratégico son los recursos naturales. Por eso, América Latina juega un papel de gran relevancia, ya que como región es una exportadora tradicional de bienes materiales y servicios que proporciona la naturaleza. Es un hecho que Venezuela no solo redimensionó su importancia geopolítica por medio de relaciones diplomáticas no tradicionales, sino que también despertó el espíritu de la integración latinoamericana y la revalorización de la región, lo que al final redundó en beneficio de Brasil. 

Después de la bonanza petrolera, entre 2009 y 2013, sobrevino la caída de los precios del petróleo, el derrumbe en la producción petrolera de Venezuela y el descenso de su liderazgo regional. De aquí que luego de la muerte de Chávez, el gobierno de Nicolás Maduro trazó como lineamiento estratégico geopolítico “el gran objetivo histórico No. 3”, consignado en el Plan de la Patria 2013-2019. Esto es, “convertir a Venezuela en un país potencia en lo social, lo económico y lo político dentro de la Gran Potencia Naciente de América Latina y el Caribe, que garanticen la conformación de una zona de paz en Nuestra América”. En el marco de su implementación, tres años más tarde, se creó la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco (AMO), mediante el decreto presidencial 2248 del 24 de febrero de 2016.

El AMO está ubicado en la región amazónica de Guayana hacia el sur del río Orinoco, al norte del estado Bolívar y comprende una superficie de 111.843,70 km2. Dentro de este territorio se planificó disponer del 5% para realizar la producción minera, a través de la exploración y explotación del Estado venezolano de sus ricos yacimientos de oro (la segunda reserva más grande del mundo), diamantes, coltán, cuarzo, bauxita, cobre, hierro y granito, como fuente de divisas y generación de empleos. Entre 2017 y 2018, el régimen se concentró en la minería artesanal o pequeña minería, la producción del oro y diamante del AMO, generando empleos para unos 40 mil mineros. 

No obstante, desde la nacionalización de la industria minera de Venezuela en 2011, la criminalidad de diversos tipos ha invadido la minería de oro del país y en los seis años transcurridos desde el decreto de 2016 que creó el AMO, los volúmenes de flujos de oro fuera del país no han hecho sino crecer en escala. Efectivamente, la OCDE en su informe “Flujos de oro desde Venezuela” (2021), da cuenta que “los riesgos vinculados con esos flujos se extienden más allá de los abusos de los derechos humanos y la destrucción del medio ambiente, e incluyen economías delictivas vinculadas con diversas formas de tráfico y blanqueo de capitales, así como con la financiación del terrorismo”. Al respecto, la ONU ha denunciado explotación, graves abusos y violencia con los trabajadores en el Arco Minero de Venezuela, que han causado al menos 149 muertos desde 2016.

En conclusión, se evidencia que Venezuela reforzó su posicionamiento geopolítico y geoestratégico, facilitado por la adquisición de recursos de poder físico y económico, sustentado inicialmente en el petróleo y, posteriormente, en el Arco Minero, principalmente el oro. Lo anterior, con la proyección de ejercer liderazgo predominante en la región, con fines expansivos ideológicos, persistiendo en el objetivo de la multipolaridad. Con la llegada de Maduro al poder, tras la muerte de Chávez, las cosas cambiaron progresiva y dramáticamente, como consecuencia del creciente debilitamiento político, económico y social del país. Por lo tanto, las aspiraciones geopolíticas han sido afectadas y la prioridad prevalente es la de asegurar su propia supervivencia, procurando mantener vigente el movimiento revolucionario, con el respaldo militar de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y el soporte financiero del Arco Minero. 

Paralelamente, se acrecentó la animadversión y desconfianza de sus vecinos, especialmente los más cercanos, como Colombia, por el peligro que entraña Venezuela para su estabilidad y la del hemisferio americano. Si bien el liderazgo regional venezolano es cosa del pasado, no hay que subestimar su capacidad expansiva ideológica, ni tampoco desconocer que es la puerta de entrada a Latinoamérica para los países contradictores de Estados Unidos y sus aliados. 

Por todo lo dicho, durante esta época electoral en Colombia, no se debe perder de vista a Venezuela como un referente obligado de lo que puede llegar a ser un Estado gobernado por lobos disfrazados de ovejas. Un espejo que obliga a ir masivamente a las urnas y votar en conciencia, toda vez que está en juego el sistema político y económico del país. Por ende, lo que está en riesgo es la democracia, el futuro de Colombia y el de todos los colombianos.

Comentarios

  1. Mi Gral, oportuno y necesario aporte, pareciera que los Colombianos no comprendieran la magnitud de la amenaza que se avecina. Felicitaciones excelente enfoque

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