Invasión rusa a Ucrania: mentiras, objetivo político y riesgo nuclear

 

Tras tres décadas del fin de la guerra fría, luego de la disolución de la Unión Soviética en 1991, la invasión militar de Rusia a Ucrania iniciada en la madrugada del 24 de febrero de 2022, con ataques focalizados sobre objetivos militares ucranianos, traza un nuevo derrotero para las relaciones internacionales. De hecho, no volverán a ser las mismas. Sin embargo, hoy nos encontramos ante una Europa más fuerte y unida, si se compara con aquella Europa débil y dividida que hizo concesiones a Hitler finalizando los años 30. 

Basta recordar lo sucedido en 1938 cuando el régimen nazi incorporó al Tercer Reich, después de Austria, a los Sudetes, como una recuperación del orgullo alemán. Claro está, bajo la complacencia de la comunidad internacional, tal como quedó registrado en los Acuerdos de Múnich que dio lugar a la ocupación de esa zona fronteriza de Checoslovaquia, a costa de la desmembración checa. Una concesión explícita del Reino Unido y Francia, liderados por Chamberlain y Daladier, respectivamente, quienes aceptaron la “reunificación” al considerar razonable la reivindicación de Alemania y la minoría alemana residente en Checoslovaquia. 

Además, porque con el pacto se esperaba ingenuamente que, como mentirosamente sostenía Hitler, se acabarían para Alemania los problemas territoriales de  Europa y se mantendría la paz. Cuan equivocados, porque no rebajó la ambición del nazismo y sobrevinieron las nuevas invasiones: Posnania, la Alta Silesia, Prusia Oriental, Danzig y Memel, en territorio polaco y lituano; Alsacia y Lorena bajo control francés; Eupen, ciudad belga en occidente; y Checoslovaquia, hasta culminar con Polonia, el 1 de septiembre de 1939. Esta última invasión conllevó a la declaratoria de guerra a Alemania, por parte de los antiguos aliados, Reino Unido, Francia y los países de la Commonwealth, desembocando en la segunda guerra mundial.

Algo similar ha ocurrido con Vladímir Putin, quien siempre sostuvo que no invadiría a Ucrania, pese a que en los últimos meses del año pasado comenzó la acumulación de tropas y equipos militares a lo largo de los 1.974 kilómetros de frontera terrestre con el país eslavo, extendiéndose a la frontera norte de Bielorrusia, al este con la República de Transnistria y al sur en Crimea, bajo control ruso. Reiteradamente lo negó, justificado en el derecho ruso a desplegar la fuerza militar dentro de su territorio para preservar la soberanía y seguridad de la nación. Es más, frente a los vaticinios e información puntual de los organismos de inteligencia británicos y estadounidenses, así como los constantes pronunciamientos del presidente Biden develando los planes sobre la inminente invasión rusa a Ucrania, Putin continuó negándola una y otra vez. 

Al fin y al cabo, es una característica particular de los líderes autócratas, decir verdades a medias o lo que es más común, mentir descaradamente sin ruborizarse. En esta situación particular, mentir y/o engañar entrañaba la estrategia de preservar el secreto de la operación militar a realizar y, lo más importante, asegurar la sorpresa para el momento de la ejecución, dos principios fundamentales de la guerra para la obtención del éxito en batallas o acciones contundentes y decisivas. Si bien era un secreto a voces la inminencia de la invasión, se mantenía en vilo el día y la hora, mientras Putin exploraba las instancias diplomáticas en espera que prosperaran sus demandas. Principalmente, asegurar el compromiso de no admitir a Ucrania en la OTAN y detener la expansión de la alianza Atlántica Norte hacia el este, área de influencia rusa.

No obstante, es claro que el objetivo político de la invasión es la reconstrucción histórica de la gran Rusia (Rusia, Ucrania y Bielorrusia), como se desprende de la alocución presidencial de Putin el 21 de febrero. Cabe precisar que dicho objetivo corresponde al planteamiento de “fundar un Estado ruso central compuesto por Rusia, Ucrania y Bielorrusia” expuesto en 1991 por Alexander Solzhenitsyn, en su libro “Cómo reorganizar Rusia”. Es decir, una pretensión que va más allá de reconocer la independencia de Donetsk y Lugansk, las dos repúblicas separatistas en la región de Donbass. Un objetivo de restauración con el que Putin busca dejar un legado, al mejor estilo de Pedro el Grande, quien reformó la Rusia moderna empleando métodos despóticos y bárbaros. Para lograrlo, el objetivo final de la invasión es el sometimiento de Ucrania bajo la dominación total de Rusia y la instalación de un régimen prorruso. 

Como estaba advertido Putin, la reacción de la comunidad internacional contra Rusia se está dando no solo con duras sanciones económicas y financieras, aunque insuficientes para parar la guerra, sino también con el repudio por el accionar bélico ruso. Esto se hizo más evidente el miércoles 2 de marzo, al aprobarse la resolución de la ONU que condena la invasión rusa de Ucrania,  la cual fue ratificada por 141 de los 193 países miembros de Naciones Unidas, con tan solo cinco votos en contra y 35 abstenciones. Documento que no es vinculante, pero representa el apoyo moral del mundo que rechaza la agresión aleve a la integridad ucraniana y la violación flagrante al derecho internacional. Por tanto, el desafío entre Rusia y Occidente con Estados Unidos, la Unión Europea y sus aliados está planteado.

Unido a las grandes pérdidas humanas, materiales y económicas producidas hasta ahora, el peligro y riesgo latente, está en una reacción nuclear durante el desarrollo de la guerra que se está librando en territorio ucraniano. En efecto, las alarmas están prendidas debido al incendio ocasionado el viernes 4 de marzo, en medio del cese al fuego, por una explosión producida en la planta nuclear de Zaporizhzhia, al norte de la península de Crimea, la cual quedó en posesión de los rusos ese mismo día. Es un complejo de seis reactores nucleares, la más grande central atómica de las quince de Ucrania, la de mayor  importancia de Europa y la tercera del mundo. 

Frente a una eventual explosión nuclear en dicha planta, su impacto sería diez veces mayor al de la explosión de Chernóbil en octubre de 1986, lo que en palabras del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, podría ser el fin de Europa. De ahí que inmediatamente obligaría a una evacuación de la población europea  para protegerla de la radiación que se liberaría. Lo cierto es que ya está bajo el control de las tropas rusas y junto con la planta nuclear de Chernóbil, constituyen una ventaja estratégica importante, toda vez que contribuye a estrangular la principal fuente de energía para los ucranianos. 

Es incomprensible que no se haya dispuesto una zona de exclusión para las áreas donde están las centrales atómicas, así Putin haya hecho explícito que se respetarán los tratados internacionales nucleares. ¿Hasta dónde será posible ese respeto, si ya hizo amenazas veladas sobre la utilización de armas nucleares, al sentir la presión asfixiante de las sanciones económicas y financieras impuestas a Rusia? Así las cosas, estamos frente a una potencial amenaza y riesgo de un desencadenamiento nuclear, a lo que se suma la reciente declaración del ministro de asuntos exteriores ruso, Serguéi Lavrov, quien amenazó con una tercera guerra nuclear. Por tanto, las consecuencias serían impredecibles y catastróficas con un alcance devastador para la humanidad. En este orden de ideas, el problema no radica en las armas nucleares existentes sino en la intencionalidad política y estratégica que las convierte en una amenaza. 

Finalmente, pueden ser válidas las preocupaciones de seguridad rusas cuando considera inaceptable cualquier expansión adicional de la alianza del Atlántico Norte o los esfuerzos orientados a obtener un punto de apoyo militar en el territorio ucraniano, pero bajo ninguna circunstancia le asiste la legitimidad para invadir y tomar por la fuerza a Ucrania, un Estado autónomo e independiente, que además goza de sus derechos a la seguridad, dignidad y libertad. Por último, cabe reflexionar sobre el rol definitivo que jugará la población ucraniana frente a los invasores, reconociendo que sus sentimientos nacionalistas están reforzados y, a medida que las ciudades vayan quedando bajo dominio ruso, la resistencia aparecerá y se agudizará. Máxime si se convierte en una guerra prolongada de desgaste.

Comentarios

  1. Mi Gra, excelente análisis, el mundo está en vilo ante las amenazas de Putin , opino que que esto es la pretencion expansionista de los Rusos que busca el renacimiento de la URSS.
    O.H.M.L

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