El duelo China-Estados Unidos

 

Tras la detección del globo espía chino que sobrevolaba el espacio aéreo de los EE. UU. a una altitud muy por encima del tráfico comercial, el miércoles pasado sobre el estado de Montana y posteriormente por el centro del país, ayer sábado fue derribado por un avión de combate estadounidense en la costa este sobre el océano Atlántico, frente a Carolina del sur. En un comunicado previo, el gobierno chino se atribuyó la propiedad del globo y se disculpó, argumentando “su naturaleza civil para fines de investigación científica, como asuntos meteorológicos”, a la vez que lamentaba el desvío de su ruta por causas de fuerza mayor.

No obstante, para el Departamento de Defensa de Estados Unidos, el artefacto intentaba vigilar sitios estratégicos de su territorio continental, en una clara violación de la soberanía estadounidense y del Derecho Internacional. En consecuencia, el secretario de Estado, Antony Blinken, suspendió la visita que tenía programada para visitar hoy domingo y mañana lunes, a su homólogo chino y al presidente Xi Jinping, en Beijing.

Si bien China posee otros medios para espiar la infraestructura estadounidense o cualquier información que quisiera obtener, se tejen varias hipótesis alrededor del incidente con el globo de vigilancia: 1) enviar  una señal a la administración Biden y conocer la reacción de EE.UU.; 2) se buscaba principalmente su detección para demostrar la capacidad tecnológica para incursionar en el espacio aéreo de Estados Unidos, sin el riesgo de una escalada grave; y 3) probabilidad de su empleo para interceptar señales celulares, frecuencias radiales e información sobre sistemas de radares.

Sin embargo, lo cierto es que  este tipo de globos está lleno de helio con una canastilla provista de paneles solares laterales para proveer energía e instrumentos que pueden incluir cámaras espía, radares, sensores y equipo de comunicaciones. Además, vuelan a una altura entre 24 y 37 kilómetros, pudiendo realizar labores de vigilancia con dos ventajas fundamentales: son menos costosos y más fáciles de utilizar que los drones o los satélites.

El anterior incidente no es aislado, dado que la lucha entre las dos economías más grandes del mundo, China y Estados Unidos, lejos de centrarse en el petróleo que por más de un siglo se constituyó en el detonante de conflagraciones bélicas estatales y conflictos diplomáticos, hoy se enfocan en la primacía por el dominio de la industria de los semiconductores. Otro preciado recurso que está transformando el panorama de la economía global, con un aporte de 500 mil millones de dólares y se espera que se duplique en 2030, cuyos microchips están presentes en la cotidianidad de los habitantes del planeta, mediante el empleo de su potencia en casi todos los sectores de la electrónica.

En efecto, se encuentran en la vida diaria como electrónica de consumo, en los teléfonos móviles, computadoras portátiles, consolas de juegos, microondas y refrigeradores, los cuales funcionan con el uso de componentes semiconductores como chips integrados, diodos eléctricos y transistores. También se utilizan en la conductividad térmica, las pantallas LED y de iluminación, las células solares y los sistemas incrustados, que son pequeños ordenadores que forman parte de una máquina más grande. Comúnmente están en los sistemas de gestión de motores en vehículos, de calefacción central, GPS, relojes digitales, rastreadores de fitness y televisores, entre otros.

Por consiguiente, quien controle la cadena de producción en la fabricación de los micro chips, haciéndolos mejor y entre más diminutos más eficientes, a la postre se constituirá en una superpotencia dominante. De ahí la importancia que representa para China poseer la tecnología necesaria para la producción de sus microchips. No obstante, Estados Unidos no está dispuesto a ceder un ápice de su liderazgo e influencia en esta materia, toda vez que es la fuente de la mayor parte de la tecnología existente y, por ende, propende por la implementación de su estrategia de aislar al gigante asiático, a través de estrictos controles que impiden la exportación de microchips a China. 

Unido a lo anterior, se tiene la carrera armamentista que se libra en la región de Asia-Pacífico, entre Estados Unidos y China, por su progreso militar, construyendo la flota naval más extensa, superando la estadounidense y modernizando su ejército más numeroso del mundo, así como la concentración de un importante arsenal balístico y nuclear (350 cabezas atómicas, según Boletín de Científicos Atómicos). Además, no solo se trata de una competencia en buques de guerra, aviones de combate y cientos de misiles balísticos producidos, sino también en la calidad de los algoritmos de inteligencia artificial para su empleo en los sistemas militares. 

Del mismo modo, la modernización militar china ha impulsado la compra de armamento por parte de Corea del Sur y Australia, países vecinos de China. El primero, con el desarrollo de una flota de alta mar y, el segundo, adquiriendo submarinos de propulsión nuclear. De hecho, según cifras del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en Londres, el gasto de defensa en el Pacífico asiático ascendió a más de un billón de dólares en 2022. En la última década, se destacan China, Filipinas y Vietnam, quienes duplicaron su gasto militar, mientras que Corea del Sur, India y Paquistán, no quedaron muy distanciados. 

Es más, Japón, de política pacifista, aumentó sustancialmente su presupuesto de defensa en procura de un entorno de seguridad “crecientemente severo”. Para la inteligencia de Estados Unidos, el poderío y la ambición militar de China es consecuencia de la aspiración que tiene “Beijing de remodelar el orden internacional para adaptarlo a su sistema autoritario y alinearlo mejor con sus intereses nacionales”. Incluso, sostiene que en 2027 podría llegar a las 700 cabezas nucleares, pero aún estaría muy lejos de las 5.500 que posee la primera potencia mundial. 

Al mismo tiempo, el Pentágono advierte que China “es el único competidor capaz de combinar su poder económico, diplomático, militar y tecnológico para plantear un desafío sostenido al sistema internacional estable y abierto”. Así que el poder militar chino es creciente y ante la amenaza latente de que se pueda poner fin al dominio de la marina estadounidense en los mares del Pacífico Occidental, se explica la adquisición en marcha de ocho submarinos de propulsión nuclear, por parte de Australia. Claro está, en el marco de la alianza estratégica militar AUKUS, entre dicho país, el Reino Unido y EE. UU.

Así las cosas, Washington propende permanentemente por construir y fortalecer alianzas regionales en el pacífico, alrededor de China. De aquí que el reciente pacto celebrado con el gobierno de Filipinas, apunta a “un apoyo más rápido  a los desastres humanitarios y relacionados con el clima de Filipinas, y responder a otros desafíos compartidos”, según comunicado de la Casa Blanca. Para su cumplimiento, las fuerzas armadas estadounidenses podrán tener un mayor acceso a cuatro emplazamientos militares o bases transitorias adicionales, ubicadas en una zona clave del territorio filipino, dado que venía operando limitadamente en cinco instalaciones militares, en virtud del Acuerdo de Cooperación Reforzada en materia de Defensa.

Por ello es claro que EE. UU. ha logrado configurar un sistema de alianzas regionales en el que solo faltaba Filipinas, país limítrofe con Taiwán y el Mar de la China Meridional, donde se concentra la mayor tensión de la región. Las otras alianzas previamente establecidas, van desde el norte con Corea del Sur y Japón, hasta el sur con Australia. Dicha configuración, al fin de cuentas, se convierte en un cerco que se estrecha alrededor de China, con el fin de disuadir a Beijing de seguir expandiendo su territorio en el mar meridional, al mismo tiempo que le proporciona a Estados Unidos la posibilidad de vigilar los movimientos militares chinos.

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